La parálisis cerebral es una discapacidad congénita y, aunque
mi situación de discapacidad se remonta a mi nacimiento, no fue hasta mi
adolescencia cuando fui consciente de que tenía grandes necesidades de apoyo a
nivel físico. Esto significa que necesito apoyo para todo y todo el tiempo,
durante las 24 horas del día. Cuando asumí que tenía grandes necesidades de
apoyo también supe que tenía las mismas inquietudes y sueños que las chicas de
mi edad. Intelectualmente yo era y soy igual que ellas, aunque a veces me lo
hicieran dudar porque se cree y asume socialmente que todas las personas con
parálisis cerebral tenemos discapacidad intelectual asociada. Esto no es
cierto. Un 50% tenemos capacidad intelectual plena y del 50% con discapacidad
intelectual asociada, solo un tercio presenta discapacidad intelectual severa.
Y es justo en esa etapa de juventud, cuando empiezo a ser
consciente de quién soy y siento la necesidad de contar con una persona que,
sin pedir favores, sea mis manos y mis pies. Y que me preste apoyos sin tener
que estar discutiendo o consensuando mis decisiones personales, sin juzgarme, o
sin ponerse nerviosa cuando hablo en público. Y aunque no sabía ni su nombre
técnico, esta definición coincidiría, sin conocerlo por aquel entonces, con la
figura de la asistencia personal.
La asistencia personal deseada en mi juventud no aparecería
en ese momento. Me toparía con ella más adelante, pero creo que todo pasa por
algo. Y es que, antes de tener asistencia personal, necesitaba empoderarme como
mujer. Y eso no ocurriría hasta finalizar mi diplomatura de Trabajo Social. En
ese momento y no antes, supe que, como mujer con parálisis cerebral quería
defender mis derechos e iba aportar algo a la sociedad. Tuve claro que a partir
de ese momento tomaría mis propias decisiones y perdí el miedo a destacar en el
movimiento asociativo de la discapacidad. Hasta ese momento, me daba vergüenza
poder brillar.
Seis años más tarde a ese momento vital tengo la suerte de
acceder a la asistencia personal. Aunque con miedo e incertidumbre, asumo el
reto. Y la vida me da la razón. Además de poder participar pública y
políticamente, vivencio la diferencia entre ir con tu familia, amigas o
técnicas a ir con una persona que conoce y asume que ha de mantenerse en
segundo plano. De hecho, si no adopta esa posición invisible y te ofrece apoyo
para catapultar tu protagonismo, tú como mujer con discapacidad sabes que le
puedes y has de observar que lo haga. Ya no es esa persona quien dice cómo
deberías hacer o decir las cosas, sino que soy yo quien dice cómo colocar el
micrófono para leer o el papel para ver mis notas, o los colores, la tipografía
y el contenido de un Power Point.
Con el empoderamiento y apoyos humanos como la asistencia personal
evitamos la infantilización de las mujeres con parálisis cerebral, asegurando
que la comunicación se produce siempre contigo y no con tu acompañante. Y es
que la filosofía de vida independiente debe estar presente en todos los
servicios donde recibimos apoyo las mujeres con parálisis cerebral: necesitamos
que alguien sea nuestras manos, pero la voz y las ideas las ponemos nosotras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario