Antes de nada decir que, aunque
voy a hablar de Nacho Tremiño, en mi caso hablo de él como persona y no como
político.
Pues creo que tengo que
remontarme a los años noventa en el gimnasio del polígono San Cristóbal, donde
ambos acudíamos a rehabilitación: tengo que confesar que desde el primer
momento me cayó bien, ya que se dirigía a mí de forma normal, aunque recuerdo
que alguna vez también cometió el fallo de decirme ¿cómo me llamo yo? Pero supo
volver a ganarse mi amistad, de hecho, no recuerdo ni si me enfadé con él porque siempre supo tratarme como una niña
normal, que era en aquel entonces.
Años después ya, en plena adolescencia,
es donde él, incluso sin saberlo, jugó un papel imprescindible en mi vida. Además
de insistir en la importancia de la formación (ese tema yo ya le tenía claro,
aunque no viene mal que alguien en silla te apoye), lo más importante eran esas conversaciones en
las que me hacía sentir que podía hacer muchas cosas a pesar de mi discapacidad,
en una época donde para todos es difícil aceptarse. Él me enseño a quererme
como soy, es decir, de alguna forma me dio ganas de vivir.
Si hablamos de hoy en día, me le
he encontrado en algún que otro evento de parálisis cerebral y me ha mencionado;
siempre con buenas palabras y hablando de lo que intento hacer a favor del
colectivo, quizás una de las personas responsables de que piense como pienso
sea él.
Gracias por enseñarme sin
pretenderlo y por dejar en mí huellas en lugar de cicatrices.
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