Quizá este sea el artículo donde más me abra a vosotros y, a
la vez, menos tenga que ver con la discapacidad.
No sé hace cuánto tiempo, pero creo que he sufrido un cambio,
un cambio emocional: igual he madurado.
Os cuento por qué digo esto. Ahora soy capaz de relacionarme
con todo el mundo, me caiga como me caiga, eso sí, sabiendo poner límites: es
decir, sabiendo hasta qué punto puedo o quiero confiar en la gente; pero
también saber que no me puedo crear demasiadas expectativas sobre casi nadie,
porque luego lo paso muy mal. Os voy a contar algo sobre esto: hubo una persona
a la que di toda mi confianza porque la consideraba amiga. Creo que me fallo,
ya que habló más de la cuenta, lo más doloroso de todo fue cuando esa persona
me dijo: “te trato como a cualquier persona con la que trabajo”, cuando para mí
esa persona era muy importante más allá de ese ámbito.
Ahora una reflexión sobre la soledad: para mí estar
acompañada no es estar rodeada de gente sino, sentirme apoyada. Por otro lado,
he de deciros que a mí la soledad física a veces me gusta, para reflexionar y
relajarme.
A veces cuando una persona es dependiente, como es mi caso,
las relaciones son difíciles, ya que los demás suelen intentar imponerte su
criterio sobre lo que es la amistad, pero yo tengo muy claro lo que exijo a
cada persona para ser mi amigo, teniendo en cuenta mi escala de valores.
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